Donde hay una necesidad hay un derecho. Así de simple y así de concreto lo planteaba Evita. Y no cabe duda de que en la sociedad actual contar con buena información es una necesidad. Hoy por hoy, la vida se presenta tan compleja que es imprescindible poder confiar en la información que tenemos a la hora de tomar todo tipo de decisiones, desde qué consumir hasta cómo votar. Es por eso que el Derecho a la Información (DALI, de ahora en más) es un derecho primordial para el buen funcionamiento de la democracia.
El DALI es un derecho humano y universal, es decir que lo tenemos todas las personas sin distinción, e implica tres facultades: investigar, recibir y difundir. Por otro lado, tiene dos objetos, es decir, hay dos cosas que pueden ser “investigadas, recibidas y difundidas”: las opiniones y las informaciones, que básicamente abarcan el universo de lo expresable. Estados como el nuestro asumen la responsabilidad de garantizar este derecho. Esto lo hacen tanto inhibiéndose de censurar, como a través de políticas que democraticen la comunicación, como fue el caso de la Ley de Servicio de Comunicación Audiovisual.
En línea con el objetivo más publicitado de la “Ley de Medios”, es cierto que los grandes pulpos mediáticos monopólicos como el Grupo Clarín son un obstáculo para el correcto ejercicio del DALI, sin embargo la problemática de la libertad de expresión para nada queda agotada en eso. Más allá de que la concentración de medios atenta contra esta libertad, al igual que en los Estados autoritarios, en los que sólo unos pocos pueden acceder a ellos para difundir, hay otros riesgos para el ejercicio de este derecho. Por ejemplo, es claro que cada vez hace falta un mayor conocimiento, o mejor dicho un “nuevo” conocimiento para poder disfrutar de los nuevos medios disponibles, pero no todos están en condiciones de obtenerlo. Esta brecha entre los medios y la gente en razón del saber técnico, conocida como brecha digital, es otro gran enemigo del DALI. Y a no confundirse, la brecha digital no es más que una nueva manifestación de la histórica división entre los que tienen y los que no, los que pueden y los que no. O sea, la grieta.
Sin embargo, además de la censura previa por parte del Estado, de la concentración mediática en pocas manos con fines de lucro y de la desigualdad en el acceso a los medios y sus usos, hay un cuarto enemigo para el DALI: la desinformación por sobreinformación. Es decir, información que sin ser falsa, nos satura al punto de distraernos de otra información que sería seguramente más valiosa para nosotros.
La buena información nada tiene que ver con la cantidad. En la actualidad, estamos tan bombardeados por noticias, publicidades, productos de la industrias culturales y todo tipo de mensajes y discursos que muchas veces si nos pusiéramos a reflexionar nos daríamos cuenta de que ni si quiera nos interesan. Por citar algunos ejemplos de los últimos años – que probablemente ya hayan olvidado, demostrando su irrelevancia para nuestra vida cotidiana– ¿quién no se ha enterado de los pormenores entre las mujeres del caso de Lucila Frend, o de las peleas entre los padres de la «Narco-modelo», o de las internas familiares de la familia de Jéssica Cirio, o de la coronación de la reina Máxima, o incluso de las andanzas del Gigoló?
Todos estos casos motivaron ríos de tinta, infinidad de caracteres, enorme cantidad de horas televisivas y radiales de opiniones, relatos y prejuicios sin tener el más mínimo grado de relevancia para la comunidad (más allá de las personas directamente involucradas, por supuesto). No se puede más que concluir que se trata de Noticias-Mercancía que sólo cumplen la función de entretenimiento, en muchos casos apelando a las fantasías morbosas de la sociedad, con gran efectividad.
Otras veces, la información sí resulta relevante, pero repetida una y otra vez sin que lo amerite. Es fácil pensar que este mecanismo podría asociarse con la voluntad de sus difusores de convencer al receptor a través de la incansable repetición (estrategia harto implementada por el nazismo) pero también –y considero que es lo que sucede en la mayoría de los casos– su objetivo no es convencer, sino ocultar. Se llena la pantalla, los parlantes o las páginas con la misma información una y otra vez, ocupando el espacio de otras informaciones que podrían darse pero que se prefiere ocultar. Este es el modelo de Ignorancia por Sustitución de Informaciones.
Esta versión mediática de la ISI muchas veces opera en modo inverso al modelo industrial (ISI, Industrialización por Sustitución de Importaciones) que recordemos, implica reemplazar la importación de ciertos productos por su producción nacional. Contrariamente, la ISI mediática tiene un alto componente cipayo: reproduce informaciones extranjeras «apolíticas» en lugar de hechos locales de relevancia. Pese al carácter generalmente repudiable de este modelo «informativo», hay ciertas ocasiones en las que su cinismo excede toda expectativa.
En julio de 2011, por ejemplo, los noticieros televisivos del grupo Clarín «informaron» varias veces a lo largo del día sobre la tormenta de arena acaecida en Arizona, Estados Unidos. Cabe aclarar, más allá de la irrelevancia local, que este Estado estadounidense ¡suele ser sitio de tormentas de arena! Como contrapartida, nada se dijo de los problemas ocasionados por las lluvias en CABA, en el mismo período.
Más llamativo y más indignante aún es el caso las escuchas ilegales británicas. Seguimos con detalle en las pantallas del multimedios el caso de espionaje del magnate de multimedios inglés Rupert Murdoch y poca repercusión le damos a los casos propios: las escuchas ilegales de la policía metropolitana, los panamá papers, el caso del Tata Yofre (ex SIDE) y periodistas opositores que espiaban a funcionarios y famosos. También resulta llamativo el tratamiento “pintoresco” que los multimedios dieron al padre de Máxima Zorreguieta, como un personaje “humilde, que viaja en colectivo”, sin mencionar que está sospechado de colaborar con el genocidio cívico militar, del cual fue funcionario, motivo que le impidió estar en Holanda para la coronación de su hija. La misma hipocresía podemos recordar más recientemente en el caso del “abuelo que marcha por la democracia”, sospechado de haber sido agente de la SIDE.
Más actualmente podríamos señalar el “escándalo de las nuevas escuchas de la ex presidenta Cristina Kirchner. Ayer en el programa de Periodismo Para Todos volvieron al ruedo con la difusión de escuchas telefónicas en donde la ex presidenta, en una charla que supone íntima con un colaborador cercano, insulta a otros dirigentes políticos. Este material, sin ningún valor noticioso por su contenido, circula hoy por todos los medios y es comentado por la gente en la calle. Sin embargo, la verdadera información es la difusión ilegal de esas escuchas perpetradas necesariamente por algún funcionario del Poder Judicial. Cuesta encontrar un mejor ejemplo de información veraz pero insignificante que en su abrumadora difusión echa sombra sobre otra información veraz y mucho más importante.
Por eso, retomando la reflexión inicial en la que se citaban las famosas palabras de Evita, si donde hay una necesidad hay un derecho, la exigencia social de poseer información, no como fetiche sino como capital simbólico, político y cultural, es más que suficiente para declarar a la Información como un Derecho Humano. Es preciso luchar contra todos los mecanismos que atentan contra el ejercicio del DALI, como la actual fusión de Cablevisión y Telecom que casi pasa desapercibida si no fuera por el brutal esfuerzo de algunos medios opositores de darle visibilidad al tema.
Y si bien, es tal vez utópico esperar la extinción de la “prensa canalla” en el corto plazo, no lo es impulsar instrumentos que propicien la pluralidad de voces y la educación para la interpretación de la información. Por eso, es necesario avanzar hacia una nueva ley de medios, que recupere el espíritu democratizador de la ley derogada por Cambiemos, pero que también recoja el reclamo de adaptarse a las nuevas tecnologías, y se haga cargo de la necesidad de regular los procesos de convergencia digital, los problemas para la privacidad vinculados con el Big Data (el uso de nuestros rastros digitales), los dilemas asociados a la ciberseguridad y las consecuencias nefastas de que la lógica de la información sea reemplazada por la del entretenimiento y la mercancía.