“Son las tres de la mañana, tengo insomnio y no puedo dormir. Agarro el celular de la mesita de luz y chequeo la pantalla. Hay un par de whatsapp nuevos del grupo de mis compañeras de primaria y una notificación de instagram. Abro facebook y miro el inicio. Me doy vuelta, es claro que no voy a volver a dormirme, me pongo un jogging y bajo al 25 HORAS de la esquina. Me quedé sin cigarrillos y va a ser una noche larga”.
Johnatan Crary
En la actualidad, con el advenimiento de las nuevas tecnologías y las redes sociales vivimos en una época que aparenta ser de plena libertad e infinitas posibilidades, la conexión con otros las 24 horas al día, incluso desde otro continente, es moneda corriente (cuestión que hacía un par de años parecía imposible).
La dilución de los límites espacio temporales que definen territorios concretos nos llevan a una hiper compatibilidad donde pareciera que lo más difícil es establecer diferencias. Si la compatibilidad es entendida como un paliativo para no problematizar ciertas cuestiones estructurales, es interesante cuestionarse sobre la relación de tensión que se genera entre la libertad y el control en una sociedad hipermediatizada que vive gran parte de su vida a través de Internet. La sobreexposición en las redes sociales genera que la consolidación social (sobre todo la de los jóvenes) se defina a partir de los éxitos –o fracasos –en la web (por ejemplo: el nivel de “likeabilidad” que tengan).
En este sentido es pertinente traer a colación los conceptos de Gilles Deleuze, quien sostiene el pasaje de sociedades disciplinarias – también analizadas por Michel Foucault – a las sociedades de control, en las cuales el poder sobre los cuerpos sufre una transformación donde la vigilancia ya no se da sólo en espacios cerrados.
A diferencia de las sociedades disciplinarias donde el control y la vigilancia tenían un límite concreto en el tiempo y el espacio (el obrero en la fábrica, el alumno en la escuela) de acuerdo a las necesidades productivas del sistema –el cual, según Foucault, pretendía formar un “cuerpo dócil”– en la sociedad de control las formas de dominio son más elásticas e inestables, sin límites espacio temporales y con una vigilancia que ya no tiene un centro y se ejerce en una lógica constante. Es así que en las sociedades contemporáneas hay una laxitud en las formas de ejercer la dominación y el control (ya no es necesaria la disciplina fabril).
Podría trazarse cierto paralelismo entre “1984” de George Orwell –Gran Hermano nos observa y nos vigila–, con las cámaras de seguridad extendidas en las grandes ciudades del mundo o la exposición de nuestra vida privada en internet, la mayoría de las veces con datos que nosotros mismos aportamos. “Feliz cumpleaños” nos dice Facebook cada vez que lo abrimos en el día de nuestro natalicio. Asimismo nos dice que salgamos con paraguas si llueve y nos recuerda los eventos semanales y los cumpleaños de familiares y amigos.
El mercado, como gran regulador de las sociedades de control, con su capacidad de generar deseos y consumos culturales hegemónicos acordes a un orden social y económico establecido, postula que la forma de acceso al sistema es a través del consumo. Así se evidencia cómo el modelo unilateral del “panóptico” planteado por Foucault queda desactualizado y se entra en la órbita del “haz continuo” planteado por Deleuze. El control ya no necesita la modalidad de encierro, está en todos lados.
“El Hombre de las disciplinas era un productor discontinuo de energía, pero el hombre del control es más bien ondulatorio, en órbita sobre un haz continuo. Por todas partes, el surf ha reemplazado a los viejos deportes” (2004).
En la era 2.0 la vigilancia ya no tiene un centro y se ejerce en una lógica 24/7. La fábrica ha cedido su lugar y somos nosotros mismos quienes cedemos nuestros datos por voluntad propia a internet, dejando en segundo plano la preservación de nuestra intimidad y nuestra privacidad.
Jonathan Crary (2015) postula que el capitalismo atenta contra la base biológica de los sujetos: “La infraestructura mundial para un trabajo y consumo durante 24 horas sin pausa ha estado lista durante al menos una década y media: el ingrediente pendiente es un ser humano formado para coincidir con ella más intensamente” (2015) y pone énfasis en el tema del sueño. Plantea que el sistema capitalista, con su lógica de beneficio y de expropiar todo tiempo no redituable, hace que la vida se adapte a las necesidades del sistema (y no viceversa), es por este motivo que no se encuentra ni siquiera en el cuerpo biológico de las personas un límite para su intervención.
Al dar por sentado que el capitalismo articula todos los espacios de la vida social, Crary plantea que la única barrera de resistencia que encuentra el hombre ante ello son las horas de sueño, por la naturaleza intrínsecamente improductiva del descanso. Es en el sueño donde se desarrolla la zona de autonomía de las personas. En este sentido, también afirma que en los últimos años las horas de sueño de los sujetos se han reducido en un tiempo considerable (hace años el tiempo recomendable promedio de las horas de descanso tenía una extensión de diez horas, luego de ocho, actualmente de seis y contando). Pareciera que no existe una temporalidad distinta a la del sistema.
En las nuevas sociedades toma protagonismo la biopolítica y sus estrategias propias de poder para administrar el campo de la vida. El hecho de concebir al cuerpo como una máquina (individual, moldeado y que corporaliza las relaciones de poder) queda relegado por el concepto de la biopolítica que lo concibe como una especie, atravesado por procesos biológicos que el sistema hegemónico trata de dominar, planteando la inserción de los cuerpos en un aparato de producción (el “ser productivos”). Nuestro cuerpo es un factor concreto y su objetivo es la maximización. La extensión del tiempo productivo es una necesidad intrínseca al sistema.
Deleuze plantea que en las sociedades de control, con un capitalismo de superproducción ansioso por vender servicios, la fábrica ha cedido su lugar a la empresa y que “incluso el arte ha abandonado los lugares cerrados” (2004). En este mismo sentido, el filósofo y crítico Borys Groys analiza el rol de Internet como generador del borramiento de la diferencia entre producción y exhibición del arte:
“En la medida en que involucra el uso de Internet, el proceso de producción estética está siempre expuesto, de principio a fin. Antes (…) los artistas trabajaban retirados, más allá del panóptico y el control público” (2004).
El capitalismo y la Industria Cultural en su anhelo de control anuda al trabajo con la comunicación y al entretenimiento con el consumo. Es éste último, junto con la hiperactividad generada por el sistema, el que permea el tiempo de discontinuidad (ya sea el artista en creación o las horas de sueño).
A modo de conclusión podríamos afirmar que el poder dentro del capitalismo tardío es expandido por una cultura acorde y tiene su eje en un sistema fluido, desapegado de los límites espacio-temporales, que no duda en operar sobre los cuerpos y los dispositivos genéticos, para poder seguir manteniendo su lógica de control y consumo trazando “sombras en el resplandor de un mundo 24/7” (Crary, 2015).
Está en nosotros el desafío de encontrar las fracturas y las válvulas de escape para generar un espacio emancipatorio de resistencia, sin caer en la perspectiva negativista de plantear que la única forma posible de combatir las imposiciones culturales y un modelo de explotación, son las horas en las que estamos dormidos (y no consumimos ni reproducimos el orden social y cultural existente). Si vamos un poco más allá, es posible plantear todo lo contrario: hay que estar bien despiertos para encontrar los intersticios y encarar así un camino indeleble y definitivo hacia la verdadera libertad, ya que después de todo, el futuro llegó hace rato.
Si te gustó este artículo te puede interesar:
Crary, Jonathan: “Capítulos I y II” de Las 24 horas del día y los siete días de la semana. El capitalismo tardío y fin del el sueño. Buenos Aires, Editorial Paidós, 2015.
Deleuze, Gilles: “Posdata sobre las sociedades de control”, en El lenguaje libertario. Buenos Aires, Editorial Terramar, 2004.
Foucault, Michel: “Derecho de muerte y poder sobre la vida”, en Historia de la sexualidad. Volumen I. Siglo XXI Editores, México, 1977.
“Los cuerpos dóciles”, en Vigilar y castigar. México, Siglo XXI Editores, VVEE.
“El panoptismo”, en Vigilar y castigar. México, Siglo XXI Editores, VVEE.
Groys, Boris: “Los trabajadores del arte, entre la utopía y el archivo”, en Volverse público. Buenos Aires, Editorial Caja Negra, 2014.