Pintada sobre Santiago Maldonado sobre publicidad del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Cambiamos Santiago por pasado

Editorial. Santiago Maldonado fue visto por última vez el 1° de agosto durante la represión efectuada por Gendarmería a una manifestación en la Comunidad Mapuche Pu Lof de Cushamen en Esquel, Chubut. Desde ese momento, los medios masivos de comunicación evitaron hablar de desaparición forzada, construyeron un discurso similar al que utilizan cuando ocurre un femicidio (“se lo buscó”), y fogonearon el setentista “algo habrá hecho”. Mientras tanto, desde el gobierno nacional se minimizó la gravedad de la situación. ¿Qué dijeron unos y otros? ¿Qué hipótesis se propusieron? ¿Qué sentidos difundieron?

Los medios contra las cuerdas

Inicialmente los medios de comunicación hegemónicos se hicieron eco de las teorías impulsadas desde el gobierno nacional para despegar del hecho a Gendarmería. Entre ellas, se sostuvo que el joven de 28 años había sido apuñalado con anterioridad a la represión. También se analizaron varias denuncias falsas de supuestos cuerpos hallados en Mendoza, Entre Ríos y Chile. Asimismo se allanó un hogar en Mendoza donde supuestamente había estado y se informó que su celular había sido atendido desde Chile. Todas estas “hipótesis” fueron cayendo gradualmente (Cosecha Roja).

Jorge Lanata y su “Periodismo Para Todos” –ejemplo de todo lo que no hay que ser ni hacer– dedicaron un programa entero a criminalizar a la comunidad mapuche (a la vez que evitaron nombrar a Santiago). Fueron presentados como “una amenaza que preocupa al gobierno” y recurrieron a fuentes y noticias confusas para acusar a la comunidad de un crimen aún impune, pero atribuido por la Justicia a dos ciudadanos chilenos, ligados al narcotráfico (Anred). Además, Lanata aseguró que el caso no debía ser considerado una “desaparición forzada” porque para ello era necesario que se inscribiera dentro de un plan sistemático (El intransigente). Sin embargo, su “información” no era correcta, ya que la Convención Internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas de Naciones Unidas entiende por «desaparición forzada»:

“(…) el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley”.

Por su parte, el diario La Nación casi como un calco de la nota publicada por Infobae «Un camionero declaró que llevó a Araceli Fulles: ¿planeaba irse a Brasil?» a propósito de la desaparición –y posterior femicidio– de la joven, tituló “Un camionero asegura que trasladó a Santiago Maldonado por rutas de Entre Ríos”. Entonces, el joven no habría sido reprimido por una fuerza del Estado, sino que seguiría viajando, como era su costumbre. Se construía la idea de que era exagerado buscarlo.

Clarín se caracterizó una vez más por “dar la nota”. Eligió publicar «Hay un barrio de Gualeguaychú en donde todos se parecen a Santiago» citando una fuente policial. Es interesante preguntarse, ¿cuál es la información relevante que aporta la nota? ¿O acaso su objetivo no es más que distraer y confundir? ¿No se minimiza hasta el ridículo un hecho gravísimo? Parece un nuevo intento de producir Ignorancia por Sustitución de Informaciones.

Como siempre se puede ser más miserable, siguiendo la línea de “Una fanática de los boliches que abandonó el secundario” en referencia al femicidio de Melina Romero, el “gran diario argentino” se encargó de publicar notas que analizaron –y cuestionaron– a la víctima. Ejemplo de este tipo de artículos es “El Vikingo, un mochilero vegetariano que se enamoró del pueblo mapuche”. En ella se asegura que “su estilo de vida se radicalizó” y ejemplifica: “se hizo vegetariano, dejó de cortarse el cabello y la barba y se dedicó exclusivamente a ir de un punto a otro movido por la curiosidad”. Para minimizar su “desaparición” asegura que “se mantuvo lejos de su familia y no siempre bien comunicado” y agrega: “incluso se especula con que también se habría unido a la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) para llevar hasta el final sus convicciones en favor del pueblo indígena”.

Sin información alguna, construyen la idea de un joven que en el mejor de los casos anda dando vueltas “perdido” por ahí, y en el peor, que era un violento que es mejor perder que encontrar. Ciudadano de segunda, no-ciudadano, no-persona. Igual que los militantes de los 70 con su “campaña antiargentina” y sus “escondites en el extranjero”.

Entre el terror, la empatía y la reacción de los dinosaurios

En un comienzo, el conjunto de las operaciones políticas y de prensa parecían responder a la necesidad del gobierno nacional de desviar la atención de un tema que lo podía perjudicar electoralmente. Sin embargo, a la luz de los hechos posteriores parece más probable que se tratara de un método para infundir miedo en los testigos que aún debían declarar y que con sus testimonios produjeron un cambio decisivo en el curso de la investigación. 

Para iluminar la oscuridad propuesta desde el Estado y los medios, aparecieron miles y miles de personas que en Argentina y el mundo entero se solidarizaron con su familia. Las  redes sociales comenzaron a poblarse con una insistente pregunta. A toda hora y en todo lugar miles de personas se interrogaban: ¿Dónde está Santiago Maldonado? El reclamo se popularizó de inmediato, y llegó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y a la OEA, que le exigieron respuestas al Estado argentino.

Pero a toda acción le corresponde una reacción. La grieta, mucho más allá de cualquier diferencia partidaria, cobró vida entre quienes buscaban a Santiago Maldonado por un lado, y quienes criminalizaban a la víctima y la responsabilizaban de su propia desaparición, por el otro. Aún así, la demanda popular por conocer la verdad llenó la Plaza de Mayo en dos ocasiones.

Muchas veces nos hemos preguntado –quienes escribimos esta editorial pertenecemos a un generación que no tuvo la desgracia de vivir la última dictadura militar– cómo es posible que enormes cantidades de personas miraran para otro lado ante el horror. ¿Cómo fue posible que defendieran lo indefendible? Tristemente, ahora lo sabemos. Ahora sí lo vivimos.

“Los dinosaurios pueden desaparecer, los dinosaurios van a desaparecer”, cantaba Charly García en lo que hoy parece un arrebato de optimismo. No sólo no han desaparecido, sino que el desaparecido es Santiago Maldonado.

Derechos y (des)humanizados

Existen algunos casos a lo largo de la historia de la humanidad que permiten dar cuenta de cómo la deshumanización del otro, la cosificación y la estratificación de los ciudadanos sirvieron de apoyo a los hechos más cruentos: genocidios, terrorismo de Estado, guerras, y masacres de todo tipo.

Por ejemplo, las leyes de Núremberg anunciadas en 1935 por el Partido Nazi, declararon a los judíos ciudadanos de segunda y revocaron la mayoría de sus derechos políticos. Judío era quien tenía tres o cuatro abuelos judíos, independientemente de la religión que profesara. Con estas leyes como argumento se llevaron a cabo secuestros, torturas, apropiaciones de bienes personales, y uno de los mayores genocidios de la historia de la humanidad. Es importante entender que todo comenzó con la división de ciudadanos en estamentos políticos, para desdibujar las semejanzas entre sí y/o cosificarlos.

Más acá en el tiempo y la geografía, los llamados “decretos de aniquilamiento” sancionados durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón manifestaban la necesidad de acabar con la subversión. Por ejemplo el artículo 1º del decreto 261/75 sostenía:

“El comando General del Ejército procederá a ejecutar las operaciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de elementos subversivos que actúan en la provincia de TUCUMAN”.

Lo primero, para poder llevar adelante un genocidio, es quitarle la humanidad al otro. El recurso implementado es el mismo que usamos para dársela al cachorro humano: el lenguaje. En los casos mencionados, a través de la categoría “subversivo” y “ciudadano de segunda” se construyó un Otro al que es posible quitarle las garantías del derecho, se lo cosifica hasta convertirlo en algo a “aniquilar”. Si bien reconocemos las distancias que separan las leyes de Núremberg y los decretos del ‘75 de la desaparición de Santiago Maldonado, es preciso resaltar lo que tienen en común. A través de discursos oficiales y para oficiales y mediante la inculcación del miedo, el Estado niega la humanidad del otro a la vez que habilita y promueve que crímenes atroces sean avalados por el silencio cómplice de una gran parte de la sociedad civil. Es entonces cuando el “algo habrán hecho” de la década del ‘70 se actualiza, y Maldonado deja de ser un ser humano con derecho a la vida, para ser un “artesano, sucio, defensor de mapuches, que se lo buscó por protestar”.

¿Es posible ejecutar semejante violencia si reconocemos que ahí hay otro igual a nosotros?

Más de un mes sin Santiago

Ante la desaparición forzada de una persona el Estado es responsable por partida doble: del delito cometido por una de sus fuerzas de ¿seguridad?, y de probar su inocencia o culpabilidad en el hecho. Sin embargo, el gobierno nacional no sólo hace la vista gorda ante la represión, sino que la ordena sistemáticamente. En este sentido, fue la Ministra Bullrich quien afirmó sobre los agentes involucrados: “Echarlos sería la fácil, lo que se hacía siempre. Yo necesito esa institución para la tarea de fondo que estamos haciendo” (El País).

Asimismo agregó ¿confundiendo? desaparición forzada con cualquier otro tipo de desaparición que no involucra al Estado: “Todos los días desaparecen personas en Argentina. En este momento tenemos 5.000” (El País). El gobierno nacional, al igual que los medios hegemónicos han apuntado en la misma dirección: banalizar un hecho gravísimo y subestimar a un pueblo que hace más de 40 años grita “NUNCA MÁS”.

Con la fuerza de una marea humana que se niega a olvidar, el importante respaldo popular en las redes, en las calles, en el extranjero, fue torciendo la resistencia oficial y significó un reaseguro para quienes aún debían declarar en la causa. Es imposible dejar de pensar que lo que a simple vista parecía un intento oficial de desviar la atención del tema, podía ser en realidad un intento de amedrentar a los testigos que aún debían declarar en la causa. Afortunadamente, el pueblo no los dejó solos.

Los días siguen pasando y a más de un mes de la desaparición forzada de Santiago, escribimos esta editorial con la misma pregunta que nos obsesiona desde el 1° de agosto. Una pregunta que nos duele, pero que afortunadamente –a contramano del Estado y de los medios cómplices– el pueblo logró instalar en la agenda pública: ¿DÓNDE ESTÁ SANTIAGO MALDONADO?  

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