Nacida en una familia humilde y perseguida por el hambre, se convirtió tempranamente en un apoyo económico para los suyos gracias al don de una voz única que acompañó a miles de almas en los momentos más difíciles de la historia común de nuestro continente. Fue abrigo, verdad y consuelo. Fue también, un poco madre de todos aquellos a quienes interpeló con su música y con su compromiso inclaudicable por la libertad de los pueblos.
Como toda historia de quien está destinado a ser grande entre los grandes, la vida de Mercedes Sosa estuvo plagada de guiños al realismo mágico. Nació un 9 de julio de 1935 en Tucumán. Un día igual, pero de 1816, Argentina había firmado su independencia en la misma provincia. Fechas fundadoras: de una nueva Nación y de una nueva vida, que interpelaría a muchas otras. De la misma manera, dió su último suspiro el 4 de octubre de 2009, efemérides del natalicio de la cantautora chilena Violeta Parra, su íntima amiga, y de quién reversionó entre otras canciones, “Gracias a la vida”.
Se definía como “cantora” –distinción fundamental de la nueva canción latinoamericana de la que fue iniciadora y promotora– porque “cantante es el que puede y cantor el que debe”, como dijo más de una vez Facundo Cabral. Su voz estaba destinada a diferenciarla del resto, y ella estaba decidida a decir masivamente lo que muchos callaban.

Las manos de mi madre
Descendiente de diaguitas calchaquíes, su padre fue obrero en la industria azucarera del Ingenio Guzmán y su madre lavandera de las familias pudientes. “La pobreza no es pobreza si se tiene a la madre y al padre juntos, unidos”, supo asegurar (Mercedes Sosa: La voz de Latinoamérica, 2013). Más de una vez recordó con profundo amor, cómo su madre la llevaba a ella y a sus hermanos al Parque 9 de Julio para que no sintieran olor a comida, porque en la noche se morían de hambre. Esa incertidumbre económica, que la acompañaría durante la mayor parte de su vida, jamás la hizo desistir del que era su destino: cantar hasta morir (si es que alguna vez mueren quienes tanto sembraron). Y con su voz, supo explicar la razón de su vida:
«Mi oficio de cantor es el oficio, de los que tienen guitarras en el alma, yo tengo mi taller en las entrañas y mi única herramienta es la garganta (…) Yo canto siempre a mi pueblo porque del pueblo es mi voz, si pertenezco yo al pueblo, tan sólo del pueblo será mi canción» (Letra de Miguel Ángel Morelli).
Sus comienzos musicales estuvieron signados por una serie de eventos fortuitos que parecían tener la determinación de reunir a Mercedes con su vocación. Hija de padres peronistas, un 17 de Octubre la dejaron al cuidado de sus hermanos, porque habían conseguido un tren gratis para celebrar en Buenos Aires el Día de la Lealtad. Entonces, la magia sucedió:
“En la escuela faltó la profesora de canto y la directora me dijo que íbamos a cantar el Himno nacional y que yo tenía que ponerme adelante y cantar bien fuerte, para que todos me siguieran. Sentí vergüenza, pero canté: ahí debuté. Ese día también faltó la profesora de labores y con mis compañeras fuimos a LV12, donde había un concurso. Mis compañeras me empujaron para que cantara. Por temor a que se enterara mi papá me llamé Gladys Osorio. Canté Triste estoy, de Margarita Palacios. Cuando terminé, el dueño de la radio me dijo: «El concurso concluyó y lo ganaste vos». Y seguí cantando en la radio” (La Nación).
Aunque sus padres se opusieron en principio –en esa época las mujeres artistas no eran bien vistas– no hubo fuerza capaz de torcer su destino. Cantaba en actos partidarios del peronismo, en el circo de los Hermanos Medina y en la radio junto a los Hermanos Herrera.
Pudo casarse con un hombre rico, muy rico. Pero se enamoró perdidamente de uno muy pobre que “era el autor de las canciones más hermosas que tenía para cantar” (DVD “Cantora, un viaje íntimo”, 2009). Ese hombre, Oscar Matus, fue el padre de su único hijo, Fabián. Juntos se radicaron en Mendoza en 1957 y establecieron una sociedad artística con el poeta y locutor Armando Tejada Gómez.
Su consagración llegaría recién en 1965 durante la quinta edición del Festival Folklórico de Cosquín, cuando Jorge Cafrune la hizo subir al escenario contra los deseos de los organizadores. El éxito de la presentación le permitió lanzar en 1966 su tercer álbum “Yo no canto por cantar”. Su nombre empezó a trascender fronteras. En 1969 grabó en Chile un disco dedicado a Violeta Parra y Víctor Jara, y en 1973 realizó su primera actuación en España en el Palacio de los Deportes de Barcelona (aunque la dictadura franquista le había impedido publicitar su actuación, el recinto estaba lleno).

El pueblo como autor de la canción
Fue una de las fundadoras del Movimiento del Nuevo Cancionero que tuvo como objetivo impulsar el desarrollo de un cancionero nacional en renovación permanente y sin fronteras entre los géneros. Buscaba superar la oposición tango-folklore y evitar las manifestaciones puramente comerciales.
El Manifiesto Fundacional de 1963 sostenía:
“El Nuevo Cancionero se propone buscar en la riqueza creadora de los autores e intérpretes argentinos, la integración de la música popular en la diversidad de las expresiones regionales del país. Quiere aplicar la conciencia nacional del pueblo, mediante nuevas y mejores obras que lo expresen (…). Rechaza a todo regionalismo cerrado y busca expresar al país todo en la amplia gama de sus formas musicales (…). El Nuevo Cancionero acoge en sus principios a todos los artistas identificados con sus anhelos de valorar, profundizar, crear y desarrollar el arte popular y en ese sentido buscará la comunicación, el diálogo y el intercambio con todos los artistas y movimientos similares del resto de América (…). Afirma que el arte, como la vida, debe estar en permanente transformación y por eso, busca integrar el cancionero popular al desarrollo creador del pueblo todo para acompañarlo en su destino, expresando sus sueños, sus alegrías, sus luchas y sus esperanzas”.
Mercedes Sosa guió para siempre su vida artística por los principios del Nuevo Cancionero, y contribuyó a vencer prejuicios artísticos, culturales e ideológicos: dialogó con el rock nacional, con el tango y con el pop. Asimismo, fue una de las exponentes de la Nueva Canción Latinoamericana que apareció en los años ‘60 y que se caracterizó por ser una producción popular con fuerte compromiso social.
Esta corriente recurrió al folclore de tradiciones afroamericanas, indígenas e ibéricas, y recibió la influencia de la música popular española moderna, especialmente de Joan Manuel Serrat, del folclore “blanco” estadounidense de la mano de Bob Dylan, del jazz y del rock. Identificada como música de protesta contra la intervención extranjera en los países americanos, manifestó en su creación artística el respeto a la vida de los obreros, campesinos e indígenas y representó el rechazo al imperialismo, el consumismo y la desigualdad social.
El exilio de Mercedes Sosa: si se calla el cantor, calla la vida
Cantar contra la injusticia y la opresión tiene un precio. Y Mercedes Sosa, como tantos otros artistas, tuvo que pagarlo. Simpatizante del peronismo en su juventud, defensora de las causas de izquierda y afiliada al Partido Comunista; tras el Golpe de Estado de 1976 fue incluida en las listas negras del régimen militar y sus discos fueron prohibidos.
Las amenazas se hicieron frecuentes, y en 1978 fue detenida mientras brindaba un recital en La Plata. No le quedó más remedio que exiliarse. Primero en París, luego en Madrid. Como para muchos otros exiliados de una América Latina en tinieblas, la distancia de la tierra amada fue dolorosa. Pero ellos, supieron ver luz entre tanta oscuridad. Años después, reconocería Mercedes Sosa –también lo haría Eduardo Galeano– que el exilio la había forzado a tender puentes con otras culturas y otros artistas, y le permitió expandir su música a lugares antes impensados. Mercedes Sosa, dejaba de ser una artista conocida en nuestro continente, para ser la voz de latinoamérica ante los ojos del mundo entero.
Volvió a Argentina en 1983, poco antes de que el régimen militar entregara el poder a un gobierno civil. Con motivo de su regreso, realizó una serie de recitales en el Teatro Ópera que se convirtieron en un acto cultural contra la dictadura. «Cuando prohibieron a Mercedes Sosa, nos prohibieron a todos. Nos callaron», dijo uno de los asistentes que aparece en el documental Mercedes Sosa, como un Pájaro Libre (1983). Con su regreso, el silencio era derrotado.
El mismo año participó junto a otros músicos latinoamericanos en el histórico Concierto por la Paz en Centroamérica en solidaridad con el gobierno sandinista de Nicaragua. Recién después del 10 de diciembre de 1999, cuando Antonio Bussi dejó de ser gobernador, volvió a cantar en Tucumán (el militar fue condenado a cadena perpetua en el 2008 por delitos de lesa humanidad). Fiel a la misma convicción, en 1973 había jurado no cantar nuevamente en Chile mientras durara la dictadura de Augusto Pinochet.
A lo largo de su vida, brindó recitales en los escenarios más grandes y prestigiosos del mundo: el Lincoln Center y el Carnegie Hall en Nueva York se rindieron a sus pies. El Teatro Mogador (París), el Concertgebouw (Ámsterdam), el Teatro Colón (Buenos Aires), y el Coliseo Romano, hicieron lo mismo.

Canción con todos
Mercedes Sosa tuvo además la generosidad de los grandes. A un joven Víctor Heredia le dio la oportunidad de cantar con ella en múltiples ocasiones y lo presentaba ante todos como un nuevo talento. «Mercedes era América, y estaba destinada a ello», sostiene hoy el consagrado autor de “Sobreviviendo”. Al entonces también joven León Gieco, lo invitó a una gira por Frankfurt para que pudiera apreciar el éxito que tenía “Sólo le pido a Dios” en el público alemán. Con Charly García mantuvo una amistad hasta el final.
Compartió escenario con los más grandes artistas nacionales e internacionales, de todos los géneros. De Horacio Guarany a Luciano Pavarotti. Se despidió dejando tal vez, una de las obras musicales más grandes del mundo. En 2009 publicó “Cantora”, su último trabajo, que consistió en un álbum doble en el que interpretó 34 canciones a dúo con destacados cantantes iberoamericanos.
Cantó con amigos, muchos de los cuales le deben el impulso inicial a sus carreras. Junto a León Gieco hizo “El ángel de la bicicleta”, con Víctor Heredia “Novicia”, con Charly García “Desarma y sangra”. Spinetta y Cerati dejaron posiblemente dos de las mejores versiones de sus canciones: “Barro tal vez” y “Zona de promesas”, respectivamente. Pero también invitó a artistas de las nuevas generaciones. Junto a la cantante colombiana Shakira hizo una versión de “La Maza” de Silvio Rodríguez; junto al puertorriqueño René de Calle 13 grabó “Canción para un niño de la calle”.
Gracias a la vida
Si de agradecer se trata, ¿cómo no agradecerle a la vida el milagro de Mercedes Sosa? y ¿cómo no agradecerle a ella tanto amor hecho canción? Con su voz, –esa que no salía de sus entrañas sino de las entrañas de la tierra que la vio nacer, una tierra que no se agota en Argentina, sino que se extiende al continente entero– le cantó a todas las libertades y a todos los amores: “Hizo suya la palabra olvidada de los pueblos originarios, de las mujeres, de los trabajadores y de los niños. Con su canto logró un grito colectivo de verdad, justicia, libertad y dignidad” (Fundación Mercedes Sosa).
Es su voz, la que resuena cuando las injusticias parecen vencernos, para recordarnos que siempre hay una nueva oportunidad, y que la música es ese lugar perfecto que conjura todos los males de este mundo. Es su voz, la que aparece para recordarnos que nunca se fue, que siempre está con nosotros, incondicional, como una madre cariñosa.