El movimiento feminista nos trae con su marea prácticas, estéticas, sensibilidades, rituales y saberes que buscan reencantar la vida ante las imposiciones políticas, económicas, sociales y culturales del sistema dominante. Entre ellas se destaca el renacer de las brujas. Este arquetipo, temido por el patriarcado capitalista, resurge de las cenizas y encuentra un nuevo modo de habitar los cuerpos de las mujeres.
Partimos siempre del presente para complejizar y dar sentido a las tramas que nos unen al pasado y que se constituyen en la posibilidad de futuros. Sin dudas, este presente se haya convulsionado por la exacerbación de medidas económico-financieras regresivas para las grandes mayorías, el arraigo de patrones culturales que siguen siendo excluyentes y limitantes y la exaltación de la figura del consumidor para pensar los modos de participación en sociedad.
En este esquema simplificado de nuestro presente hegemónico, diferentes colectivos se dan la tarea de constituirse en resistencias políticas, culturales y sociales. Dentro de estos grupos, el movimiento de mujeres nos conmueve por su fuerza y por la variedad de prácticas y formas de intervención en lo público y en lo privado. Las mujeres, empoderadas por su propia práctica emancipadora, nos convocan a un “aquelarre” y muchas se reivindican como brujas. ¿Por qué? Este arquetipo tiene un enorme potencial político y resulta controvertido por los polémicos sentidos adosados tras una larga tarea histórica de adoctrinamiento, exclusión y muerte. Es la historia del triunfo de la modernidad y del capitalismo. Fue en el Renacimiento, ese periodo de transición entre la Edad Media y la Edad Moderna, que se forjó nuestra percepción contemporánea de las brujas y no fue casual que hayan sido hombres influyentes en las artes de esos tiempos (como Durero y Goya) quienes contribuyeron a dar forma al estereotipo de la bruja como aquella en la que se condensan todos los males del mundo (recordemos a las brujas feas, malas, oscuras de todos los cuentos infantiles).
De la oscuridad al desencanto
Interrogarnos sobre la modernidad nos permite descubrir por qué nuestro presente aún tiene deudas pendientes en relación a los derechos de las mujeres y por qué el arquetipo de la bruja tiene tanta potencialidad para el despliegue de prácticas emancipatorias. El siglo XVIII es la cuna del proyecto de la Ilustración cuya potencia permitió construir una nueva problemática de la subjetividad en la historia. El llamado “Siglo de las Luces” (en oposición al “oscurantismo medieval”) comporta el quiebre con un mundo de verdades absolutas e incuestionables, un orden rígido y jerárquico de lo social, un Dios organizador y rector de la vida.
La Revolución Francesa de 1789 constituye el hito que abre las puertas al nuevo mundo donde la historia pasa a ser construcción de los hombres a través de sus proyectos y sus utopías: “Progreso, Libertad, Igualdad, Fraternidad”. Pero esa profunda revolución que trastoca la sensibilidad humana y se expande al resto del mundo nos hizo también partícipes de la enorme desilusión y el desencanto de la vida. Porque la razón moderna conjugó la expansión burguesa patriarcal y el régimen capitalista hasta transformarse en una razón conquistadora. Esa Ilustración se traiciona a sí misma cuando es exaltación del “yo racional” tratando de dar cuenta de lo que debe ser el mundo. Racionalización y desacralización del mundo. Desencantamiento de la naturaleza al dinamitar los límites puestos al conocimiento. Hombre en tanto razón, conocimiento en tanto utilidad y dominio de la naturaleza.
¿Cuál es el rol de la mujer en este esquema desencantado? Los progresos materiales y conquistas sociales del nuevo tiempo no alcanzan a todos los habitantes y las proclamas de igualdad quedan en la letra impresa de las constituciones. Estamos encerrados en profundas paradojas. La mujer puede votar y puede salir de la casa para trabajar; pero la participación en la política sigue estando dominada por los hombres, así como el salario de las mujeres corre con desventaja respecto de ellos. El dominio sobre la naturaleza es también el dominio sobre el cuerpo de la mujer, se olvida su configuración cíclica y se le impone productividad en la casa y en el trabajo. Las pastillas anticonceptivas significan su liberación y también su cárcel al depositar exclusivamente sobre sus hombros la responsabilidad de la anticoncepción e intervenir su cuerpo químicamente dejando de lado sus ritmos propios. Se le enseña desde pequeña que tiene que ocultar la sangre de su menstruación y tomar calmantes para poder seguir con su rutina como si nada sucediera. En caso de embarazo no deseado, el costo que debe pagar una mujer sin recursos por el hecho de elegir sobre su propio cuerpo es la muerte en un aborto clandestino. No se le perdona a una mujer su falta de deseo hacia la maternidad. No se le permite a la mujer gozar en exceso (el gozo siempre es en función del hombre), su libertad aún es vista como un peligro y pesan sobre ella concepciones religiosas y seculares relativas a la vida y la muerte que habilitan a cualquier persona a opinar sobre lo que debe o no acontecer en su cuerpo.

El feminismo contemporáneo y el renacer de las brujas
Allí es donde el arquetipo de la bruja es retomado por el movimiento de mujeres como acto contestatario y como nueva forma de vinculación entre ellas. Históricamente con la palabra “bruja” se buscó demonizar a muchas mujeres que mantenían una conexión profunda con la naturaleza y con sus propios cuerpos: conocían de hierbas medicinales con las que podían calmar estados de ansiedad, curar enfermedades, acompañar los ciclos menstruales. Gozaban de una extrema curiosidad, eran guerreras, amantes de la noche, atentas oyentes de todos los misterios, daban placer a sus propios cuerpos, eran parteras, pero también realizaban abortos. Estaban familiarizadas con la sangre de la vida y de la muerte. Todas estas prácticas y atributos eran contrarios a la “esencia” de las mujeres en el catolicismo (pensemos en la figura de Eva, por cuya curiosidad ha sido culpable del más grande de los pecados) pero también contrarias a las formas que encontrará el patriarcado en la modernidad. La “monstruosidad” femenina e imperfecta debía ser desterrada.
Ninguna representación monstruosa de la naturaleza femenina ha tenido tanto eco en el imaginario colectivo como la iconografía de la bruja medieval. Sus conocimientos mágicos, su culto al diablo, su sexualidad excesiva y castradora, la ausencia de instinto maternal, su nocturnidad y la creación de círculos de solidaridad femenina (aquelarres) convierten a las brujas en el icono transgresor más reconocible para el patriarcado (…) En este proceso de deconstrucción de los discursos patriarcales, algunas artistas denuncian la deslegitimación que han padecido y padecen las mujeres apropiándose precisamente de las representaciones «monstruosas» de la naturaleza femenina para convertirlas en «iconos feministas» (…) La iconografía de las brujas, amazonas, vampiras, sirenas, arpías, esfinges, etc., se deconstruye y subvierte para convertirla en el paradigma de aquello que sus creadores pretendían combatir. Una vuelta de tuerca a los conceptos de monstruosidad y pecado al servicio de las reivindicaciones femeninas del siglo XXI.
(Beteta Martín, 2014)
El renacer de las brujas tiene que ver con esta irrupción en el espacio público de mujeres que buscan reencantar la vida y hacerlo junto a sus compañeras. En cada movilización que reclama por derechos, desde diferentes expresiones del arte como el baile, la actuación, la poesía, la declamación, aparecen las brujas del Siglo XXI proclamándose como las “nietas de las brujas que no pudieron quemar”. No es casual que en los últimos tiempos asistamos a un creciente interés femenino por prácticas y saberes antiguamente vinculados a las brujas como la astrología, el tarot, la sanación con plantas y piedras, el conocimiento de los ciclos femeninos. Todas prácticas que hablan de una vinculación consciente y amorosa con el propio cuerpo y con el entorno y que no debemos desestimar cuando, por el contrario, en tiempos de individualismo neoliberal nos quieren vender la premisa del individuo aislado que debe salvarse solo y que existe sólo gracias a su capacidad de consumo. Se abre un portal mágico, los cuerpos y sus emociones son los protagonistas y las mujeres lo hacen posible.

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Beteta Martín, Yolanda (2014), “La sexualidad de las brujas. Deconstrucción y subversión de las representaciones artísticas de la brujería, la perversidad y la castración femenina en el arte feminista del siglo XXI”.
Sooke, Alastair (2014) “¿De dónde vienen las brujas”, BBC Culture.