Eduardo Galeano, el corazón de América Latina

Eduardo Galeano trascendió las fronteras de los países y los géneros literarios para denunciar injusticias y recuperar del olvido a los vencidos. Dibujó palabras que pusieron “patas arriba” el mundo del revés. Creyó en otros mundos posibles e invitó a sus lectores a sumarse a la aventura.

El periodista y escritor uruguayo trascendió las fronteras de su país y de nuestro continente y llevó al mundo entero la voz de los desposeídos, denunció injusticias, dibujó palabras que perduran, como perdura su voz haciendo eco en las almas sensibles que aún se refugian en sus textos, para reflexionar y emocionarse. 

El 3 de septiembre hubiera cumplido 80 años, hace ya cinco que el mundo entero lo lloró, mientras prometía no olvidarlo. Volver a Galeano es volver a uno, a ese rinconcito incorruptible que aún nos queda, es elegir la emoción genuina por sobre la farsa, es dejar de mirarse uno para mirar alrededor, es decidir una y otra vez que el dolor del otro no nos es ajeno y que el silencio no es una opción.  

Don Eduardo desafió sus tiempos y sus orígenes. Nacido en una familia de clase media y católica, terminó por considerarse agnóstico. A temprana edad y sin quererlo se convirtió en la voz denunciante de un continente que se desgarraba. En 1971, con 31 años publicó “Las venas abiertas de América Latina”, uno de sus textos más vigentes y conocidos. Traducido a 20 idiomas, intentó “mostrar que no hay ninguna riqueza que sea inocente de la pobreza ajena, que el mundo funciona de tal manera que la riqueza de pocos se explica por la pobreza de muchos”
Cruzó también las fronteras que dividen los géneros literarios y creó una amalgama perfecta entre el documental, la ficción, el periodismo, el análisis político y la historia. Ganador de varios premios y distinciones –entre ellas, fue destacado como primer Ciudadano Ilustre del Mercosur (2008)– nunca dejó de recorrer a pie su Montevideo natal. Abundan las anécdotas de lectores que lo cruzaron, y que además del recuerdo de una conversación, se llevaron de regalo su autógrafo, ese “cerdito” que a todos dibujaba con entusiasmo y que refiere a uno de sus relatos más conocidos (“Celebración de la fantasía”).

El escritor de los abrazos

Trabajó como obrero de fábrica, pintor, mecanógrafo y cajero de bancos. Quiso ser futbolista, pero sólo era bueno en sus sueños. La pasión por la redonda lo acompañaría en su obra –publicó en su homenaje “El fútbol a sol y a sombra” en 1995– y en su vida hasta el último suspiro. Trabajó como caricaturista en el Semanario El Sol del Partido Socialista en el que firmaba bajo el seudónimo Gius (por su primer apellido, Hughes). Para evitar críticas por el sonido inglés que éste tenía, adoptó como nombre artístico su segundo apellido.

En 1960 comenzó su labor periodística como editor de Marcha, un semanario que contó con las colaboraciones de Mario Vargas Llosa y Mario Benedetti. Durante dos años editó también el diario Época. Con el golpe de Estado de 1973 fue encarcelado y obligado a abandonar Uruguay. Se exilió en Argentina, donde fundó la revista cultural Crisis, de la que solía decir: 

“(…) queríamos demostrar que la cultura popular existía, que la cultura no era la que las voces del poder señalaban como tal sino que era otra cosa con fuerza propia y que lograba expresar una memoria colectiva” (Clarín). 

La experiencia duró poco. La Junta Militar que había tomado el poder en Argentina en 1976, incorporó su nombre a las listas negras y lo obligó a un nuevo exilio, esta vez en Cataluña, España.
Volvió a su país natal en 1985 y junto a Mario Benedetti y otros periodistas y escritores fundó el semanario Brecha, del que fue asesor hasta su muerte. Su necesidad de decir, lo llevó siempre a buscar esas grietas por las que se filtra la luz de las verdades calladas a la fuerza. Inventó formas, colores y palabras para contar las cientos de miles de historias de los “humanitos” que habitamos el planeta.

La dignidad de su arte 

“Yo escribo para quienes no puedan leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia” contó en “El libro de los Abrazos” (1989) negándose a “ser la voz de los que no tienen voz”, porque siempre sostuvo que todos tenemos algo para decir y la capacidad de hacerlo. Renegó también de la etiqueta de “intelectual” y se llamaba a sí mismo “sentipensante” que implica reunir lo que el sistema históricamente ha divorciado: el pasado y el presente, el cuerpo y el alma, la razón y corazón.

En una entrevista brindada a Página 12 sostuvo que “el compromiso social no tiene nada que ver con las buenas intenciones. Toda obra de arte, toda literatura que nos ayude a ver y a vernos tiene proyección social y está comprometida aunque no lo sepa”.  Él, además de lo denunciado en su extensa obra literaria, decidió poner su reconocido nombre al servicio de las causas más justas. 

Entre 1987 y 1989 integró la «Comisión Nacional Pro Referéndum», constituida para revocar la ley que impedía juzgar los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar en su país (1973-1985). En enero de 2006, se unió a figuras internacionales como Gabriel García Márquez y Ernesto Sábato, en la demanda de soberanía para Puerto Rico. En 2009 le pidió a Barack Obama, recientemente electo presidente de EE.UU que nunca olvidara que la Casa Blanca había sido construida por esclavos negros.

Con las palabras como armas, pacíficas y embellecidas cómo sólo él supo hacerlo, luchó contra todos los “ismos” que atormentan a los pueblos del mundo. Sostuvo así en una entrevista concedida a Clarín
“(…) el machismo, el racismo, el elitismo, el militarismo y otros ismos nos han ido dejando ciegos de nosotros mismos. Ignoramos la plenitud de la belleza que nos rodea. Siempre digo lo mismo: tenemos que recuperar el arco iris terrestre, que para mí es lo más importante de todo, porque tiene muchos más fulgores y colores que el arco iris celeste”.

El derecho de soñar

En el programa televisivo “Lo pasado pensado” contó que su primer desafío como escritor consistió en “mojar” a los mineros bolivianos que le preguntaron cómo era ese mar que nunca llegarían a conocer, debido a la distancia geográfica que los separaba y a la muerte temprana que les esperaba. Fue así como se dio a la tarea de lograr que “los nadies que valen menos que las balas que los matan” pudieran conocer a través de su pluma, la belleza que se les negaba.

Figura casi paternal de los desesperanzados, nos invitó a poner “patas arriba” este mundo del revés. Pintó un paisaje con palabras que nos convocaron a imaginar el fin de la desigualdad y el principio de una Humanidad más humana:

«La comida no será una mercancía ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son Derechos Humanos. Nadie morirá de hambre porque nadie morirá de indigestión. Los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle (…), la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla y la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla (…). En Argentina, las locas de la Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria” (El derecho al delirio)

Su obra entera fue una búsqueda constante de relacionarse con los demás, de viajar acompañado: “Uno escribe a partir de una necesidad de comunicación y de comunión con los demás, para denunciar lo que duele y compartir lo que da alegría. Uno escribe contra la propia soledad y la soledad de los otros” aseguró en “Nosotros decimos no” (1989). Se propuso despertar la curiosidad ajena y recuperó la historia de los vencidos, que gracias a él fueron menos vencidos y más recordados.

Memoria del fuego

Eduardo Galeano quedó  marcado a fuego en cada uno de sus lectores porque defendió “el sagrado derecho a la desobediencia ante un poder que manda a combatir al prójimo, que aparece como una amenaza y no como una promesa”. Se delató por sus ojos de mirada tierna y honesta, por su voz que acarició almas y que aún resuena en el silencio, por su presencia siempre al lado de los “nadies”.

En “Días y noches de amor y de guerra” (1978) confesó: 

“(…) aquella noche me di cuenta de que yo era un cazador de palabras. Para eso había nacido. Ésa iba a ser mi manera de estar con los demás después de muerto y así no se iban a morir del todo las personas y las cosas que yo había querido”

Sus libros trascendieron fronteras, y trascenderán generaciones. Leerlo es estar siempre con él y confirmar que el fueguito que encendió tantos, no se murió del todo. Vive en el corazón de los pueblos que se sueñan libres.

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