Los comienzos: la radio en Argentina
Es un hito que la primera emisión radiofónica en nuestro país, luego de una larga serie de pruebas, se concretó la noche del 27 de agosto de 1920. Se trató de la representación de la ópera Parsifal, de Richard Wagner, emitida desde la azotea del Teatro Coliseo gracias a un rudimentario equipo transmisor. Esta experiencia pionera fue llevada a cabo por un grupo de radioaficionados: desde el desarrollo de la telegrafía sin hilos inventada por Marconi en 1896, pasando por la invención de la radiotelefonía en 1906 en los Estados Unidos llegamos, en 1915, a los primeros experimentos argentinos de transmisión por hondas hertzianas. Se convirtieron en radioaficionados quienes pudieron viajar y proveerse de los aparatos receptores y emisores en los países industrializados donde se desarrollaba esa tecnología o quienes construyeron sus propios aparatos con la ayuda de las indicaciones de ediciones especializadas como Revista Gráfica, incentivando el método de “hágalo usted mismo”.
Casas comerciales como Western Electric Argentina proveían de las piezas para el armado de radiotransmisores y recién en la década del ´20 se venderán receptores armados. Esto da cuenta de la relativa facilidad, si se contaba con los medios económicos, de construir y manipular la tecnología radiotelefónica. Y también es un indicador de que esta innovación llega a nuestro país de la mano de grupos privados de aficionados, emulando el modelo estadounidense de grandes cadenas privadas. La experiencia de 1920 inaugura en Argentina el pasaje de la radiotelefonía (de comunicación punto a punto) a la radiodifusión (basada en el sistema broadcasting de un centro emisor a muchos puntos receptores) sentando las bases para un nuevo medio de masas junto con el cine y la prensa periódica.
La radio tuvo una rápida aceptación y se introdujo en el seno de la vida familiar dando cuerpo y vuelo a un nuevo mundo de sentidos compartidos y novedosas formas de socialización y entretenimiento. Pero también, como sucede con todos los medios de comunicación masivos, estuvo en el centro de las disputas de poder al ser considerada por los diferentes gobiernos como un órgano eficaz para transmitir sus mensajes y fuera objeto de censuras. Diversos artistas e intelectuales fueron convocados con entusiasmo por el nuevo medio, pero algunas letras de tangos y modismos sufrieron la censura hasta mediados de la década del ´50. En 1948, la Secretaría de Prensa y Difusión censuró el tango “Cafetín de Buenos Aires” escrito por Enrique Santos Discépolo, por considerar a su letra “pesimista”. La carta de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC) al Presidente Juan Domingo Perón fue el principio del fin de la censura y cabe destacar que el General solía utilizar el lunfardo en sus alocuciones.
De la década infame a la justicia social
Según el historiador Norberto Galasso, José Luis Torres acuñó la denominación de Década Infame “para referirse a los años de la década del treinta, caracterizados por el fraude, la corrupción y la entrega del patrimonio nacional” (2006: 2). Algunos recortes históricos hablan de su comienzo el 6 de septiembre de 1930 con el golpe de Estado que derrocó al presidente Yrigoyen y de su finalización el 4 de junio de 1943 con el golpe militar llevado a cabo por el Grupo de Oficiales Unidos (GOU) en cuyas filas se encontraba el Coronel Perón.
Podemos afirmar que nuestro país se encuentra desde su fundación como Estado Nación (1880) en una situación de semicolonia bajo control británico (aunque con la Segunda Guerra la hegemonía se reconfigurará mundialmente a favor de Estados Unidos) y en la política interna las mayorías populares se ven sometidas y empobrecidas ante el poder de la oligarquía local bajo el predominio del modelo agroexportador. Nuestra condición semicolonial se expresaba en los rostros de los desocupados, en la cola de la olla popular, en la violencia callejera de las urbes, en la tuberculosis y en los hacinados de los conventillos.
En ese escenario se mueve el poeta que expresa con su arte el dolor de las multitudes. El artista popular que, conmovido por un mundo sin esperanzas, lanza los dardos de sus letras al vacío: «Yo siento que mi fe se tambalea que la gente mala vive… ¡Dios! mejor que yo». Es la sentencia de Enrique Santos Discépolo en el tango Tormenta (1939).
Ese modelo de Estado oligárquico es desplazado con la llegada de Juan Domingo Perón al sentar las bases, desde su temprano accionar en la Secretaría de Trabajo y Previsión y luego en la Presidencia, de un Estado social, distributivo, intervencionista, de corte antiimperialista, nacional y popular. Con el peronismo se da un tipo de desarrollo capitalista con base en el mercado interno nunca visto, con avances sociales para los trabajadores y trabajadoras y la estatización del aparato productivo, transporte y servicios públicos. Si el poeta había sufrido la tiranía donde los sueños y la felicidad del pueblo no tenían lugar, ahora sus letras, su arte y toda su vida se tiñen de la contagiosa y valiente adhesión a las transformaciones de la década peronista. Discépolo ya no lloraba por las causas perdidas, se entregaba amorosamente a la defensa de un país de realizaciones efectivas.
La industria cultural de la década peronista
Desde mediados de los años 30 y finales de los 50 es el momento de auge de la industria cultural argentina. El cine, la industria editorial y la radio tienen una amplia recepción y, en muchos casos, (como el del libro argentino en los mercados españoles, mexicanos, chilenos) sus productos se convierten en exportables y en referencia para otros países. En especial, el período 1946-1948 es señalado como un momento culminante del crecimiento cuantitativo de la industria cultural en la Argentina (Rivera, 1998). El peronismo estimuló las ciencias, las artes y los saberes vinculados con lo popular y lo nacional.

La historia de los medios está marcada por el dilema que causa la introducción de las nuevas tecnologías y cómo eso repercute en la sociedad transformando y reconfigurando las relaciones de las diferentes esferas y grupos sociales. En la primera mitad del siglo XX, Adorno y Horkheimer lanzaban sus críticas sobre la industria cultural. Así como muchos siglos antes Platón cuestionaba a la mediación de la escritura frente a las virtudes del discurso oral del maestro. Los comienzos de la radio, el cine, los folletines suscitaron la desconfianza y el recelo de un sector erudito de la cultura frente a las expresiones artísticas de la cultura popular que eran tomadas y reconfiguradas en las nuevas matrices masivas de los medios. Los círculos elitistas de la cultura se ven conmovidos por estas transformaciones y, en algunos casos, ven peligrar su legitimidad en la vigilancia de lo que es la “verdadera” cultura frente a las expresiones “triviales” e “inferiores” de los sectores populares y, ahora, del circuito comercial de medios masivos.
El peronismo, en su intento de configurar una conciencia nacional y una nueva idea de “patria” asocia a la oposición política con la “antipatria”. También destaca el carácter imperialista de los medios de comunicación procediendo a su control. Por este motivo, en el caso de la radio, el peronismo limita la actuación de músicos extranjeros y se dispone la participación de un 75% de músicos argentinos. Por otra parte, la emisión de música grabada se limita a un 30%, coartando el negocio de las compañías grabadoras y creando puestos de trabajo para los intérpretes.
El caso de Discépolo es interesante en este aspecto. Rivera (1998) lo define como un tipo de escritor múltiple, que se adecua a las exigencias de los nuevos medios sin perder el rigor, la calidad y el compromiso con lo popular. Dice Rivera (op. cit) refiriéndose a Discépolo y a Manzi:
«Ambos encontrarán puntos de ataque correctos para abordar y resolver las antinomias entre lo culto y lo popular, y el resultado de estas búsquedas será una producción muchas veces sincretizadora, que ni traiciona su fondo popular ni resigna a las tentaciones de la facilidad cierto exigente nivel de tratamiento formal y conceptual.”
Discépolo: la experiencia radial del ciclo «¿A mí me la vas a contar?»
Enrique Santos Discépolo (1901-1951) se convirtió hacia el final de su vida en la voz radiofónica que interpeló a una audiencia masiva desde un lenguaje que condensaba lo más rico de la cultura popular: sus metáforas, sus matices, sus giros lingüísticos, la claridad, la cercanía, la algarabía, la risa y esa sangre que hierve en la lucha cotidiana clamando justicia o defendiendo las conquistas. Si bien este artista multifacético (fue guionista, actor, letrista, compositor, poeta) tuvo siempre un compromiso marcado con las diferentes realidades de su tiempo, colocándose del lado de los que sufren.
Por eso, en este proyecto radiofónico hay una fuerte jugada política a favor del peronismo en momentos decisivos para el país. Según Bosseti (1994), el proyecto de Discépolo se inserta en los programas cómicos de comentario de la realidad. “¿A mí me la vas a contar?”, emitido por la Radio Nacional, contó con la colaboración de los guionistas argentinos Abel Santa Cruz y Julio Porter, aunque en Discépolo quedó la redacción definitiva. Se desarrolló en dos ciclos: el primero fue de 37 emisiones y el segundo de 2 emisiones. Se trataba de monólogos que tenían como interlocutor construido a “mordisquito”, el estereotipo de antiperonista “gorila” que se oponía a las transformaciones políticas del momento y anhelaba la vuelta reaccionaria al “granero del mundo” para beneficio de las oligarquías y el imperialismo.
“Resulta que antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Sobre todo lo chiquito. Pasaste de náufrago a financista sin bajarte del bote. Vos, sí, vos, que ya estabas acostumbrado a saber que tu patria era la factoría de alguien y te encontraste con que te hacían el regalo de una patria nueva […] ¿Y por qué protestás? ¡Ah, no hay té de Ceilán! Eso es tremendo. Mirá qué problema. Leche hay, leche sobra; tus hijos, que alguna vez miraban la nata por turno, ahora pueden irse a la escuela con la vaca puesta […] Te pasaste la vida tomando mate cocido, pero ahora me planteás un problema de Estado porque no hay té de Ceilán. Claro, ahora la flota es tuya, ahora los teléfonos son tuyos, ahora los ferrocarriles son tuyos, ahora el gas es tuyo, pero… ¡no hay té de Ceilán!” (Primer ciclo, II emisión)
En este pasaje desnuda la mentalidad pequeñoburguesa o “medio pelo”, como diría Arturo Jauretche. Esta situación pone a la alta clase porteña (colonizada por los modelos culturales de las clases dominantes de los países centrales) como el objeto de imitación y repercute “en el ambiguo perfil de una burguesía en ascenso y sectores ya desclasados de la alta sociedad”(Jauretche, 2008). Esos sectores que necesitan a la pobreza como dato de diferenciación se encontraban con un nuevo paisaje donde los pobres eran sujetos de derecho:
“Porque había gente que, así como unos hacen tangos, pañoletas o mandados, ellos hacían pobres. ¡Fabricaban pobres! Y los pobres se te aparecían en los atrios de las iglesias, en las escaleras de los subtes, en la puerta de tu propia casa, famélicos y decepcionados, con la cabeza como un paquete de pelo y debajo del pelo la dignidad en derrota. ¿Y ahora los ves? Decíme, ¿los ves? ¡Claro que no los ves! ¿Y eso no te conmueve? ¿O es que los extrañás?” (Primer ciclo, IV emisión)
En el siguiente pasaje, Discépolo se burla de la postura “negacionista” de los detractores que puede también atribuirse a la intelectualidad del momento:
“Protestás porque te parece que es elegante. Lo hacés como una actitud. Hay personajes que consideran que una actitud elegante en la vida es la de estar con un codo apoyado en el mostrador. Te parece que eso da mucha importancia. Que te regala la apariencia de un hombre que tiene ideas, cuando la verdad es que negás porque, en realidad, no tenés ninguna idea” (Primer ciclo, III emisión)
El puente que se puede tejer entre Discépolo y Jauretche es que ambos, desde diferentes esferas de prácticas y discursos articularon una crítica a la “cultura oficial” y a sus defensores en un esfuerzo por desnudar los lazos coloniales y la mentalidad individualista que impedían la concreción de una verdadera liberación nacional que integre y, además, tenga como protagonista a las masas populares.
Durante este periodo de gobierno peronista era común la promoción de rumores y la construcción de Perón como “tirano”, “líder fascista” y símbolo de la “barbarie”. En relación a estas y otras acusaciones infundadas, Discépolo increpa a “mordisquito” por echar a rodar mentiras y “cuchicheos” y busca hacerlo reflexionar acerca de la irresponsabilidad de esos actos:
“¿Por qué hablás si no sabés? ¿De dónde sacaste esa noticia que echás a rodar desaprensivamente, sin pensar en lo irresponsable que sos y en el daño que podés hacer? Estamos viviendo el tecnicolor de los días gloriosos y vos me lo querés cambiar por el rollo en negativo del pesimismo, el chisme, la suspicacia y la depresión. No, si yo a vos te conozco, ¡uf, si te conozco! Vos sos, mirá, vos sos el que no podés disponer de hechos y entonces usás los rumores[…]” (Primer Ciclo, V emisión)
El siguiente pasaje es la última emisión del programa radial ¿A mi me la vas a contar? que se llevó a cabo el 10 de noviembre de 1951. Un día antes de la elección presidencial en donde podrían votar las mujeres gracias a la conquista impulsada por Eva Perón. Así se despedía Discépolo de su audiencia y, probablemente, también de su vida.
“La verdad: yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a tus malos gobiernos […] Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado en un largo camino de miseria.[…] Los trajo esta lucha salvaje de gobernar creando, los trajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieran en consonancia con la época. Los trajo tu tremendo desprecio por las clases pobres a las que masacraste, desde Santa Cruz a lo de Vasena, porque pedían un mínimo respeto a su dignidad de hombres y un salario que les permitiera salvar a los suyos del hambre. Sí, del hambre y de la terrible promiscuidad de sus viviendas en las que tenían que hacinar lo mismo sus ansias que su asco.” (Segundo Ciclo, Emisión II)
En este contexto, un artista como Discépolo (que había vivido la decadencia del mundo expresada en las guerras y crisis de las décadas anteriores) hablaba con entusiasmo del peronismo porque vivió esa época de cambios. Supo ser un intérprete del sentimiento de las mayorías populares que habían visto transformadas sus vidas y el paisaje cotidiano gracias a las políticas sociales y distributivas del Estado bajo la administración peronista. Así como, según John William Cooke, el peronismo fue el hecho maldito del país burgués, se puede considerar a Discépolo como un “maldito” porque que tuvo la osadía de cuestionar a la historia oficial y al coloniaje cultural, ganándose el odio de la elite intelectual y del “medio pelo» por hablar al pueblo con las palabras del pueblo, interpretando las emociones colectivas y defendiendo sus conquistas. https://www.youtube.com/embed/3Nn2XXUvLgs
Bibliografía consultada:
BOSETTI, Oscar (1994): Radiofonías. Palabras y sonidos de largo alcance. Buenos Aires: Colihue.
GALASSO, Norberto (2006): “La Década Infame” en Cuadernos para la Otra Historia, Disponible en: https://nomequieroolvidar.files.wordpress.com/2010/11/la-dc3a9cada-infame.pdf
JAURETCHE, Arturo (2008): “Advertencia preliminar” en El medio pelo en la sociedad argentina (Apuntes para una Sociología Nacional. 1ª Ed. 6ª reimp. Buenos Aires: Corregidor.
RIVERA, Jorge (1998): El escritor y la industria cultural. Buenos Aires: Atuel.
Mordisquito. Relatos Radiales de Enrique Santos Discépolo. Ediciones Pueblos del Sur. Rosario, 2006.