Asistimos hace un tiempo ya a una suerte de interpretación mono-causal de las contiendas electorales. La nueva-vieja diva que ha vuelto, de la mano del gurú ecuatoriano ahora convertido en el mejor intérprete de la sociedad argentina, a todas las discusiones habidas y por haber y que pareciera que cuando uno se puede correr un poco, lo vuelven a meter: la comunicación.
Voy a decir rápidamente que nadie puede prescindir de una buena comunicación política. Que quede claro, NADIE. En los tiempos que corren, es crucial tener un buen mensaje, acorde a los medios y públicos que uno piense dirigirse. Se insiste una vez más, por si no hubiese quedado del todo claro: es muy importante tener una buena comunicación política en todas sus formas, global y homogénea. Hasta aquí nada nuevo bajo el sol, ni nada original. Tampoco es el objeto de estas líneas la originalidad, algunxs por buscar eso han terminado en cualquier lado.
Dicho esto y dejado en claro la importancia de tal herramienta en el entramado de una construcción política sólida, desde aquí entendemos que se le ha dado una sobreestimación a dicha herramienta en el análisis y diagnóstico electoral. Particularmente desde la victoria de Cambiemos a nivel nacional en el año 2015, en donde diversas formas comunicacionales fueron elevadas a un nivel de verdad científica totalizante. Se sobreestima cuando se pondera más una de las variables explicativas de algún fenómeno, por sobre otras. Aquí no se dice que no haya sido una virtud de la oposición al entonces gobierno de CFK construir un discurso homogéneo y claro en torno al latiguillo de, precisamente, Cambiemos (lo que está mal por lo que está bien, los chorros por los transparentes, y etc), sino que, y ahora desde la oposición, se sigue machacando sobre los errores propios comunicacionales, como si allí estuviese el quid pro quo del asunto, la respuesta a todas nuestras incógnitas, esperando dar con la mágica combinación discursiva que nos permita empatizar con la mayor cantidad de personas posibles en un lapso corto de campaña, y de esa forma aumentar nuestro caudal electoral.
Lo que se pasa por alto en todo esto, es que el despliegue comunicacional duranbarbeano no es solamente eso. No es exclusivamente una forma más llana de comunicarse con el vecino, descontracturada, y no lo es aunque el propio ecuatoriano se canse de decir que lo es. Porque aquí hay un hecho fundamental: el modelo de comunicación propuesto conlleva una construcción del sujeto político. El relato M podríamos decir. Su relato. Un relato que a simple vista pareciera no ser relatado, pero si observamos mejor, está relatado hasta el hartazgo. En cada unx de sus funcionarixs, legisladorxs, etc. Lo que tenemos entonces es una disputa hegemónica por el sentido, ni más ni menos, de la sociedad en la cual vivimos. Cambiemos construye su gran relato no sólo a través de lo que vemos y palpamos, como pueden ser las medidas de gobierno, sino además que exporta su subjetividad política al conjunto de la sociedad, a la que por obvias razones, no escapamos. Una subjetividad que piensa en individuos consumidores tanto de materialidades como de propuestas electorales. El meritócrata del que habla Natanson, que lo citamos porque escribe bien, pero que no solemos estar tan de acuerdo cuando se para desde algunos lugares. Y lo fundamental de esta operación es que en parte Cambiemos se dirige a ese sujeto, en parte lo crea en ese mismo movimiento. Eso, ni más ni menos, es la política. Correr los límites, representar, disputar sentido. La verdadera batalla cultural, si se quiere poner en esos términos, se está dando en este campo, y el dispositivo comunicacional, desde ya que efectivo, es solo un reflejo del modelo de sociedad que tienen en mente los ideólogos del cambio.
Insistimos entonces, en que no hay verdad científica en nada de lo que propone Cambiemos ni Duran Barba en lo que a la comunicación respecta. Aquí él mismo, que suele decir que está desprovisto de ideologías y demases, cae en el positivismo más clásico cuando presenta su modelo de sociedad como “EL” modelo de sociedad. Ya se dijo, pero va una vez más: hay una doble operación en la que por un lado se dirige a un electorado susceptible a determinados mensajes y por el otro lo genera. Crea su sujeto político. Así como el Kirchnerismo se inventó a sí mismo luego de la 125, o incluso antes Néstor Kirchner corría permanentemente los límites de la política e iba generando nuevos consensos. Hegemonía, Gramsci por todos lados. Incluso en Cambiemos.
Habría que ir esbozando ahora alguna alternativa, o al menos lo que uno cree. La comunicación política no refiere exclusivamente a lo que podamos difundir a través de los medios de comunicación masivos y/o redes sociales. Ejemplo cabal de esto ha sido el kirchnerismo, en donde la comunicación pasaba por la gestión. Había una demanda, había una medida de gestión que la suplía, o al menos esa fue su filosofía. Nunca se caracterizó por su bondad discursiva, y sin embargo ganó varias elecciones a lo largo de los 12 años. Ahora es cierto que también las perdió, y podríamos decir que desde el año 2013 a la fecha se ha perdido una parte importante de caudal electoral que a la luz de los últimos resultados en Buenos Aires, no se ha podido recuperar. Esto no obstante la buena elección que hizo CFK desde el llano y en el contexto en el que se presenta. Pero en relación a lo que se viene sosteniendo, se puede convenir en que se ha perdido representación social, sobre todo esa porción que aún hoy sigue expresando un menguado Sergio Massa. Y es esa pérdida de representación la que en definitiva resulta en una pérdida electoral, y la representación se gana o se pierde por la interpretación de las demandas, lo que nos obliga a repreguntarnos cuáles son las demandas que interpela Cambiemos en un sector tan amplio de la sociedad, tarea sumamente más ardua que la de comodamente criticar a lxs votantes o pasquinear desde un café. Y no solamente Cambiemos, porque es probable que no haya demasiados puntos de contacto, pero sí por ejemplo las que interpelan otras variantes de la oposición (llámese Massa o Randazzo). Todo esto teniendo en cuenta que la fuerza política gobernante está en la tarea de crear su relato y su propio sujeto político, que sin dudas nos atraviesa. La adopción de recetas como meros copistas difícilmente pueda dar un buen resultado, por el simple hecho de que en Cambiemos ese dispositivo comunicacional está profundamente consustanciado con la sociedad que pretenden construir y está pensado para ese objetivo. En todo caso, la tarea será la de volver a pensar nuestro sujeto político. Siguiendo a Cristina, el ciudadano caído del mapa. El que antes tenía derechos y ahora ya no, lo que tiene una potencialidad enorme porque ya hoy el modelo económico actual impacta sobre grandes sectores sociales.
El desafío entonces, es más amplio que mejorar una línea discursiva, o el desempeño en redes sociales que, insistiendo hasta el hartazgo, no se está subestimando, sino que sencillamente no se sobreestima, el desafío tiene que ver ni más ni menos con cómo dar una pelea contra-hegemónica desde el llano, cómo evitar que se consolide esta nueva subjetividad que necesariamente Cambiemos debe imponer para obtener resultados electorales, ya que económicamente no es un modelo sustentable.
No se trata de generar falsas dicotomías que tanto daño le hacen al pensamiento crítico, sino de ponderar. Hay más incógnitas que respuestas, pero lo que desde ya el campo popular no debería hacer es resignarse y aceptar que éstas son las nuevas formas de hacer política, que así es como ahora se convence a la mayor cantidad de gente, porque ahí seguramente habremos perdido la batalla más grande, la del sentido. Ser profundamente modernos cuando nos dicen que el hombre político o la mujer política ya no existen, es un acto de rebeldía y no es poca cosa. Apelar a lo colectivo cuando nos dicen que ya no existe, es toda una tarea. Tender puentes, generar cada vez más y mejores dispositivos, es una necesidad imperante. En eso estamos.